El otro día pude disfrutar grandemente con un hermoso y sabio escrito que despliega Juan Jesún Doreste en su blog. Pude disfrutar de él ya que Vanessa Limpkin lo comparte.
Explica, desvela una varita mágica potente: el poder de las palabras. Invita con ello a algo fundamental en nuestro existir cotidiano: poner consciencia, lo más plena posible, sobre qué verbalizamos a través de ese pequeño órgano carnoso poderoso.
Es a ello que quiero sumar una invitación. Les invito a jugar con las palabras, a dejar que las sílabras y letras que las componen, siendo contundentes, arraigadas, significativas, bailen entre ellas, dancen al ritmo de tu creatividad e imaginación y dejen mostrar ante los ojos de tu corazón otros contenidos sutilmente escondidos.
Es lo que llamo el alma de la palabra, la esencia de su ser.
Descubro que tras el significado que la Real Academia Española da a cada una de ellas mientras conserven el orden público reconocido, existe el arte de la danza entre sus elementos más menudos y según se agrupen, según se encuentren, tienen el poder, si lo ves y lo sientes, sobre todo si lo sientes, de darte un mensaje especial y personal. Es en este baile cooperativo y jugetón, donde la risa se convierte en la gracia de entender más allá de lo aparente, más allá de lo ordenado y preestablecido.
Jugando con el encuentro desde el juego. Crecer jugando, escuchar jugando, descubrir jugando, dejarse sorprender jugando, reir la gracia y el don jugando, aprender jugando.
Cuenta Alejandro Jodorowsky que un gran filósofo decía: "El saber y la risa se confunden, si no hay risa no hay saber".
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